Patinar la calle es más que un simple transitar, se trata de un apropiación del espacio público. Quienes patinan la calle no solamente se trasladan, durante su viaje se apropian de los diferentes pisos, bardas, escaleras, tubos, paredes, banquetas y bajadas. El rugido de las ruedas friccionando reclama ese espacio que ha sido relegado al simple tránsito, atrayendo miradas morbosas y expresiones de lo más variopintas. En la esfera de la vida pública, compuesta de arquitecturas, normas, códigos de señalización y conducta, es donde acontece el skate callejero. Éste no sigue precisamente las reglas, dando novedosos usos a las construcciones que forman el espacio público. Las personas en situación de calle, prostitutas, animales no humanos, las protestas y manifestaciones, vehículos, vendedores y músicos ambulantes, así como cientos de transeúntes, coexisten con quien disfruta de patinar las calles. La situación de calle que atraviesa el patineto puede ser constante o esporádica, este factor tiene que ver con asuntos socioeconómicos y políticos. Hay banda que vive en un parque, en los árboles, en el skatepark, en casa de un camarada, en un anexo, en resumen, no existe un perfil único de skater. Las narrativas audiovisuales que encontramos en las redes sociales nos ofrecen un catálogo de perfiles skate, cada uno de estos acompañado del repertorio de ropa, vocabulario, preferencia de trucos/spots y un largo etc. Estas tiene su base en la vida de patinadores y patinadoras, que pueden obtener suficiente dinero para vivir solo de su actividad como skaters, así como de la promoción de su imagen pública. Esto no vuelve la skate life una ficción: la vida de Nyah en los Ángeles es tan real como la mía en la colonia empedrada de la Lázaro Cárdenas; lo falaz se encuentra en el discurso que pretende homogeneizar este estilo de vida. Las funciones de historia en las redes sociales, nos permiten llevar a cabo una simulación de este tipo de vida, una vida de celebridad, con el ojo puesto en nuestra importante cotidianeidad.
De alguna forma, esta simulación nos ayuda a satisfacer nuestros deseos de poder, nuestra necesidad de ser importantes dentro de un grupo social, pero esta no agota el campo de lo posible para el patinaje callejero. Actualmente se patina para mostrarse, en forma de insta clips o video partes; todos los días nos exponemos al océano de contenido audiovisual en redes sociales, que muestra como nos divertimos patinando la calle. La cúspide del patinaje callejero no culmina en una patineta con tu nombre ni en un video con un millón de likes, sino en la capacidad de desafiar la persistencia de las estructuras que definen el espacio público. Las personas se trasladan día y noche por este espacio, de manera análoga a los electrones en una tarjeta electrónica, yendo de un lado a otro para cumplir una función específica, concreta y determinante. Ese vaivén de personas circulando el espacio público con fines utilitaristas, solidifica las arquitecturas, así como los sistemas de normas y reglas. El patinaje callejero afloja éstas últimas, quita el velo determinista en las arquitecturas, desafía el plan general para conducir a las personas en la ciudad. No olvidemos que este tipo de espacio abierto es la raíz de la democracia (ágora), del diálogo horizontal, donde se congregan los ciudadanos no sólo para actividades económicas, sino también políticas. No es muy común encontrar un posicionamiento político sólido en la banda patinadora Queretana, por lo general apela al tradicional "le voy al quien gane", o más concreto: "le voy al que me prometa/ponga un skatepark". Nuestra negligencia llega al tope cuando reclamamos por un skatepark en lugar de una distribución del agua más justa o un mejor sistema de movilidad urbana; estas cosas quedan relegadas al campo de lo secundario para la banda patinadora.
La calle está llena de obstáculos y peligros, patinarla no es cosa fácil, ni tampoco es algo que se aprenda precisamente en el skatepark. Patinar la calle consiste en afinar los sentidos, en exponer el cuerpo a cientos de factores contingentes, para mi, es una de las pocas formas en que se reclama un espacio público más flexible, menos cuadrado y determinista. Es expresar (con el cuerpo y la patineta) que no estoy de acuerdo con la homogeneización del uso de coches y camiones, como única forma de movilidad ciudadana. Consiste en desafiar la actitud sedentaria del transeúnte, es algo más que salir de los varios asientos de la casa para ir al asiento de la calle, es una reclamo a la interpasividad (la cual también nos interpela, con los distintos videojuegos sobre skateboarding). Una horizontalidad skate aún se encuentra lejos para nuestra ciudad, dado que existen múltiples grupos que buscan re afirmar sus diferencias, establecer marcas y llevarse una rebana del pastel. Con base a la existencia de estos grupos y su afán por diferenciarse del resto, podemos decir que no hay una única imagen de la escena skate en Querétaro, ninguna narrativa audiovisual puede dar cuenta de este amplio contexto. Entre todas estas diferencias, que bien podrían alegarse son meramente subjetivas, la calle permanece como una constante para todos estos grupos: es la vara de hierro que juzga a todo patinador por igual, es la verdadera jueza del skate; esta no asigna puntos a los trucos, sino heridas y lesiones, descargas de dopamina y adrenalina. La existencia de skateparks, básicamente, radica en el discurso sobre la práctica para concursos, o iniciar en el skate de forma segura. La calle es menos peligrosa si la patinamos juntxs, si dejamos a un lado esas diferencias mundanas y deseos gringos que escapan de nuestra realidad queretana, si buscamos como objetivo más excelso en el skate queretano, un posicionamiento político con relación al uso del espacio público: más calle, menos pan y skateparks.
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