Seguido discuto con mis compañerxs de clase sobre el uso de los términos "Capitalismo" y “Neoliberalismo”, así, con mayúscula. Estos están sobre explotados al grado que han quedado desprovistos de un significado real o útil. Me refiero al uso coloquial de estos, donde salen a relucir como explicación (o más bien resignación) final de las adversidades e injusticias que vivimos en nuestra sociedad. Frases como "el neoliberalismo cambió el sistema educativo", "somos esclavos del capitalismo", "el capitalismo provocó el calentamiento global", etc. ¿Qué sigue después de estos enunciados? ¿Hay una solución, o una propuesta? ¿Se profundiza sobre a qué nos referimos por capitalismo y neoliberalismo? o ¿Detenemos el análisis (cómodamente) en el sistema socioeconómico?
Usar
estos términos como desenlace o explicación final, no sólo los reafirma, sino
que deja una sensación de incertidumbre, de impotencia, de neutralización de la
posibilidad. El insistente uso de estos conceptos parece estar asociado a cierto
vicio dicotómico, una especie de negación de la era postideológica. Estas
abstracciones conceptuales pretenden hacer referencia a la estructura de la
civilización humana moderna. Hablar de estructuras constituye el primer paso
para abordar la complejidad de la realidad que vivimos (resistiendo a la
tentación de usar la palabra neoliberalismo). Estructuras como un
librero, una alacena, una construcción arquitectónica, pueden explicarse en
términos de sus materiales, geometrías y usos. Me refiero a otras estructuras,
las que no se reducen solamente a la materia o la función que estas
cumplen.
Estas describen
cómo están organizados los elementos de un sistema, así como las relaciones y
dinamismos entre estos. Al plasmarlas por escrito, estas estructuras se visibilizan,
como las políticas públicas y constituciones, organigramas o partituras, por
mencionar algunas. Estas requieren de actores materiales, pero su funcionamiento
no es tan fácil de evidenciar (cómo cuando observamos un objeto y lo identificamos
de inmediato haciendo uso de la geometría). La filosofía nos puede ayudar a
entender estas estructuras. El filósofo francés Gilles Deleuze da cuenta de
estas, proponiendo una interesante categoría ontológica llamada
"virtualidad". No se refiere a la realidad virtual que encontramos en
las tan familiares simulaciones digitales, sino a una virtualidad real, que es
un componente vital del mundo objetivo. La realidad, de esto que llamamos lo
virtual, es precisamente estructura. Con esto Deleuze nos recuerda que hay que
evitar dar a los elementos y relaciones que forman una estructura una
"identidad"/"personalidad" que no tienen. Mejor sería
enfocarnos en extraer de estos elementos y relaciones, una realidad que sí
tienen.
No es
sólo una cuestión purista del uso del lenguaje y de los conceptos, cual
capricho de un filólogo. Se trata de estudiar dichas estructuras, dirigir la
atención a estas, no sólo en qué hacen mal o bien, sino en cómo funcionan. En
los detalles de su funcionamiento, podemos encontrar pistas que nos guíen a
nuevos cuestionamientos, a develar los supuestos "hilos del sistema".
El concepto es para la filosofía, lo que el motor es para un automóvil. Ser
crítico de los conceptos es lo que permite movernos en el mundo de la
filosofía. Además de ser un deleite para la mente, esto nos permite entender cómo
opera la máquina sociotécnica (sólo por usar una mejor abstracción que la de neoliberalismo).
La estructura del sistema educativo, por ejemplo, no sólo se reduce a sus
actores (el cognitariado, en palabras de Franco Berardi), pues estos parecen no
ser dueños de sus proyectos y agendas, en la mayoría de los casos. No es que el
neoliberalismo decide abandonar la filosofía, eliminando a la ética, la lógica,
la estética y la historia de la filosofía en sus planes escolares, es más
complejo que eso; involucra hablar de servidores públicos, políticas educativas
basadas en conceptos sacros, no criticables, como “progreso”, “bienestar” y
“desarrollo”. La filosofía prioriza el pensar, el diálogo y la crítica, algo
imprescindible (y no sólo labor de unxs cuantxs) en los tiempos que atravesamos
para entender y cambiar lo complejo, lo que no se ve a simple vista. La
filosofía nos ayuda a retomar nuestra participación política, haciendo mejores
preguntas y construyendo mejores conceptos. Renunciar a esto, significa que
alguien más nos dicte la agenda, significa quitar al pueblo su capacidad de
decidir de manera crítica.